domingo, mayo 21, 2006

Vania y sus Angeles de Arena


"La historia es conocida: frente a su vehículo, vio volar a los Ángeles de Arena. Ella, reconocida bailarina, supo valorar las piruetas hechas por quienes no habían tenido las oportunidades que ella tuvo. Desde entonces trabaja con ellos, ha traído a los mejores coreógrafos extranjeros para que los pulan. Vania, también egresada de la Universidad del Pacífico y especializada en finanzas, consiguió los auspicios necesarios y, como los microempresarios a los que elogia, con sus artistas está saliendo adelante. El pasado 13 de mayo, D1 Dance, su compañía de espectáculos, cumplió su primer año. La presente, es la entrevista a una mujer de 27 años que cree en el Perú (pero que cuestiona a sus políticos).

Se ha cumplido un año del proyecto que inició con los Ángeles de Arena. ¿Cómo se explica el ímpetu de esos chicos?

No veo otra explicación que la necesidad. El ímpetu que tienen es el mismo que tiene la mayoría de los peruanos. ¡Mira a los microempresarios! ¡Mira su nivel de chamba! Y la gente de las consultoras se queja por cuánto la hacen chambear... ¡Oye, anda al Mercado Mayorista y chequea cómo trabaja la gente ahí: no hay feriados, no hay domingos, no hay día libre. Cinco de la mañana y los ves ahí!

Pero estos chicos enfrentan su necesidad económica a través del arte: eso aquí no es común. Los chicos buscan otra alternativa: jalador de combi...

Vender cositas, sí. ¿La verdad? ¡Es increíble! Los Ángeles de Arena se hacen conocidos gracias a seis chicos que representaban como a 40 --y que ahora son más--, que empezaron a hacer 'mortales' en los arenales de Ventanilla.

No sé quién fue el iniciador, ninguno me lo ha podido especificar. Al parecer nació en una onda conjunta, pero ¡es increíble la fiebre que hay! Actualmente, en el Proyecto Social Ángeles de Arena --que he llamado así en honor a ellos-- somos casi 60 personas. Además de los adolescentes, ahora tengo a 15 niños de Valle Verde, una de las zonas más humildes de Ventanilla...

Usted nació, creció, pertenece a un entorno diferente al de ellos. ¿Qué dice su entorno sobre sus chicos?

Hay de todo (ríe). Yo estudié en el Villa María y me ha pasado: yo tengo una relación muy cercana con los chicos, yo los apachurro, los abrazo; porque una de mis estrategias con ellos es el amor: así se me han quebrado muchos a los que tú ves con una actitud 'achorada', agresiva. Yo tengo eso con ellos: nos adoramos. El otro sábado se presentaron en el Día Internacional de la Danza: yo los empecé a abrazar y, una chica de mi colegio que estaba ahí me dijo: pucha, ¡qué asco! Y yo: tu actitud es la que hace que haya Humalas. Es tu actitud la que hace que en este país exista esta rabia. ¡Tú no puedes reaccionar así!

No sé, a veces me siento más cómoda con ellos. Es que hemos logrado un ambiente de total transparencia: nosotros no estamos aparentando nada, ¿me entiendes? No nos estamos llenando de apariencias ni de estupideces. Nosotros somos como somos: tenemos nuestros cuerpos y de eso vivimos.

Cuando decide trabajar con ellos se da cuenta de que no puede hacerlo sola: busca el auspicio de la empresa privada. ¿Qué tan difícil fue?

No lo fue. Todo se fue dando.

¿Cuál fue su arma?

Yo estudié en la Universidad del Pacífico: a mí me han preparado para ser empresaria y me han preparado en conceptos como responsabilidad social. Yo he trabajado en el Banco de Crédito en finanzas corporativas, en riesgos; sé lo que las empresas quieren escuchar. Ese fue un punto a mi favor y también lo fueron los contactos que tienes.

Un chico de mi universidad tiene una ONG: Visión Solidaria. Ellos trabajan con Repsol, y como yo trabajo con chicos de Ventanilla, me dijo que les iba a interesar porque Repsol tiene todo un trabajo de responsabilidad social en Ventanilla, por La Pampilla. Entonces me asocié con Visión Solidaria y les presentamos un proyecto.

Su padre es un próspero empresario. ¿Por qué no apeló a él?

Porque no. Porque quería hacerlo yo con mis propios medios. Mi papá siempre me va a ayudar, yo sé que tengo un soporte, un apoyo incondicional, pero --quizás por una cuestión de demostrar que todo es posible-- opté por salir de abajo. Yo no le he pedido un centavo a mi 'viejo'...

Seleccionó a los chicos: se quedó con los mejores.

De 40, seleccionamos a 20 y con ellos hicimos nuestro primer espectáculo. Fue una selección. Fría, no hubo nada de: mejor pongo a este, pobrecito. Nunca ha habido eso. Mi manejo es superestricto: acá, ¡es la única manera de hacer las cosas! Es la única manera como puedo cambiarles el chip: toda esa cosa mediocre de la impuntualidad que no tolero.

Nosotros tenemos 5 minutos de tolerancia: llegan al minuto 6 y no bailan. Muchas veces he tenido que sacar al mejor del grupo porque yo prefiero que el espectáculo baje de nivel a que los chicos vean que no se respeta una norma. ¡Las normas en este país no se respetan! Y yo parto de eso.

El populismo no sirve.

No. Yo soy cero buena gente, yo no hago esto para que me quieran: yo lo estoy haciendo por su bien. Algún día me lo agradecerán. Cuando sean mayores, creo.

¿Después de un año de trabajo, cómo los ve?

Han madurado muchísimo. Pero todavía falta: tienen que terminar de darse cuenta de que somos un equipo, cosa que tampoco se respeta mucho en este país. No nos damos cuenta de que somos un país; y con ellos, lo que yo estoy tratando de hacer, es el Perú que quisiera.

Tiene 27 años. ¿Un año después, qué ha aprendido?

Ahora tengo un conocimiento genial de psicología, y antropológico, ¡también! (ríe)... Me he dado cuenta de que el problema del país es la nutrición. ¡Mil veces antes que la educación!

Yo concentraría el presupuesto nacional en nutrición: yo tenía un niño de 11 años, llegó al estudio y no podía concentrarse ni dos minutos. No captaba ningún paso --porque la danza te desarrolla un nivel de concentración que te va a ayudar para toda la vida: no hay ningún bailarín que no haya sido el primero de su clase--, a ese niño que llegó sin ninguna atención, yo le di huevo duro todos los días. En dos semanas, ¡era otra persona! Ahora hace una hora y media de gimnasia acrobática, ¡el 'chibolo' ahora es una pila! También es el cariño --yo los abrazo, los apachurro todo el día--, y veo tal cambio, que digo: ¡Qué le pasa a los políticos de este país! ¡Hay que invertir en nutrición! Basta con un huevo al día.

El siguiente paso es comenzar a exportar los espectáculos.

Sí. Yo siempre he pensado que a los artistas hay que exportarlos. Estoy en conversaciones con algunas personas en Miami y en Brasil para presentar nuestro espectáculo.

Obviamente no estoy yendo a ciegas, yo he hecho una investigación de mercado, he investigado cómo está el nivel de danza allá, sé exactamente a qué me enfrento y sé que los chicos están al nivel de los mejores para presentarse en cualquier lugar del mundo. Yo quiero meter la dosis peruana: introducir música peruana en nuestro espectáculo, convertirlo en un producto exportable. Esa es la siguiente mira.

Hasta hace un año, su mundo estaba determinado por su fichaje al Circo del Sol. Conoció a los acróbatas de las esquinas y se ha inmerso en este proyecto con ellos. Ahora cumple un rol social. ¿Ha pensado en un siguiente paso? ¿En política, quizás?

¡Jamás! Me parece un asco. Yo no respeto a ningún congresista. Siento que hago más haciendo lo que estoy haciendo que haciéndome parte de esa burocracia, de ese sistema que para mí es tan corrupto, tan falso, tan poco transparente".

(ANTONIO ORJEDA, El Comercio, 21-05-06)